Sobre consciencia, agradecimiento y amor incondicional, de eso trata el libro Reilusionarse de Luis Galindo que acabo de leer. El último capítulo recoge una bonita historia que comparto aquí contigo:
Se trata de la historia de un anciano que cada mañana, puntual, acudía al médico para recibir su tratamiento. Y cada día, también, salía puntualmente de la consulta médica a las 8:30 horas. El hombre llegaba el primero, para marcharse siempre muy rápido.
Un día, el médico se retrasó en su entrada y llegó a la consulta a las 8:30 horas, justo en el momento en el que el anciano ya se marchaba. Preocupado por el retraso, el médico le ofreció pasar enseguida:
–Pase, pase, perdone que llegue tarde, pero es que el tráfico estaba fatal –se excusó el médico.
–No se preocupe doctor. Ya vengo mañana –le tranquilizó el anciano.
–Pero hombre –le replicó el médico–, ¿dónde va con tanta prisa? ¡Si es un momento!
El anciano, tras echar una mirada al reloj, preocupado por la hora, le contestó:
–No quiero llegar tarde. Quiero ir a despertar a mi mujer con mi beso de todas las mañanas.
–Seguro que a su mujer no le importa si se retrasa unos minutos –contestó el doctor.
–Mire doctor, mi mujer padece Alzheimer desde hace cinco años. Ya no me reconoce. Cada día la despierto con un beso a las nueve en punto de la mañana en la clínica que hay dos calles más abajo y desayuno con ella leyéndole, con todo mi amor, un cuento o una poesía de sus autores favoritos.
El doctor, impresionado por el testimonio, le dijo:
–¡Pero hombre! Si tiene Alzheimer no pasa nada porque llegue más tarde o falle algún día. Ella no se dará cuenta. No se preocupe. ¡Si ni siquiera le reconoce!
A lo que el anciano le respondió:
–No, es posible que ella ya no sepa quién soy, pero yo sé muy bien quién es ella y lo que supone para mí. Es la mujer que me ha acompañado y me ha querido con locura durante más de cincuenta años. La conocí en su plenitud y la reconozco en su decadencia, era y sigue siendo una mujer extraordinaria. Siempre disfrutó mientras le leía cuentos y poesías en el desayuno. Por eso, seguiré haciéndolo durante todos los días de mi vida.
Cuando el hombre se retiraba del consultorio, el médico, con lágrimas en los ojos, se dijo para sí mismo:
–Ésa es la clase de vínculo que anhelo alcanzar en mi vida. El verdadero amor no se reduce ni a lo físico ni a lo romántico. Es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es...
Amor incondicional |
Dios qué preciosidad, cómo me gusta el amor! Un libro muy recomendable gracias
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