Era una niña de cabellos negros y rizados, con ojos inmensos y llenos de vida, de sonrisa intensa, piel suave como el terciopelo. Su historia era triste. Se había quedado huérfana al poco tiempo de nacer. Un buen día, caminando por un sendero, se encontró con un acróbata que la invitó a recorrer junto a él las tierras de India. La joven aceptó sin dudarlo y empezaron a viajar por todos y cada uno de los hospitalarios pueblos del país.
Entre los números circenses que intentaron preparar en multitud de ocasiones, había uno que, aunque no estaba exento de riesgos, se aventuraba a ser el más llamativo. El espectáculo consistía en que el hombre sostenía un palo sobre sus hombros mientras la niña trepaba por él hasta llegar a la cúspide.
Para realizarlo el hombre había dado una serie de instrucciones a la niña:
–Pequeña, para evitar un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número, yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo. De ese modo no correremos peligro.
Pero la niña, clavando sus enormes y expresivos ojos en los de su compañero, replicó:
–No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier incidente.
Niña hindú |
Moraleja: ¿Quiénes nos creemos para meternos en la vida de nadie? Todos los seres humanos debemos estar unidos, ayudarnos en momentos puntuales; pero eso no significa que debamos intervenir en las actuaciones del otro, ya que seguramente no conozcamos sus necesidades para que logre salir adelante.
Del libro "Cuentos hindúes" de Asha Mahan y Mónica González.
Preciosa historia
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