Una de las familias más humildes de Gautam Buddha Nagar dedicaba su vida al cultivo de trigo. A pesar de su pobreza, la honradez y la bondad del cabeza de familia hicieron que sus dos hijos crecieran igual de humildes y caritativos que él.
Pero para el padre dichas virtudes no eran suficientes. Siempre había querido que sus vástagos tuviesen la mejor formación mística posible. Por ese motivo y a pesar de necesitar ayuda en las faenas del campo, decidió enviarles ante uno de los más reputados maestros de la filosofía vedanta, para comenzar así su adiestramiento espiritual.
Durante un año, ambos hermanos permanecieron en un monasterio absorbiendo y empapándose de todas las enseñanzas del místico. Una vez transcurrido ese tiempo, los dos hijos emprendieron el camino de vuelta a Gautam Buddha Nagar para regresar junto a su familia.
Los hermanos se presentaron ante el padre y éste les preguntó sobre el Brahman. El primero de los hijos se apresuró a explicar:
–Padre, durante este año hemos estudiado las escrituras, los textos filosóficos que hacían referencia a la deidad... Hemos conocido las enseñanzas metafísicas y hemos compartido diariamente culto y rito con nuestro maestro.
El padre miró al segundo de los vástagos y le dijo:
–Y tú, hijo mío, ¿qué has aprendido durante este tiempo sobre el Brahman?
El joven no abrió la boca; se limitó a guardar silencio y a no decir nada, ante la mirada atónita de su hermano.
Entonces el padre, viendo la reacción y el mutismo del segundo de sus hijos, se dirigió a él y proclamó:
–Hijo mío, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahman.
Moraleja: la expresión siempre nos limita y el silencio nos permite ser prudentes y, por ende, elocuentes. Más vale un silencio a tiempo que una palabra a destiempo.
Absolutamente a mí aún me cuesta pero estoy practicando, PT
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