Un muchacho llamado Lucho se fue al campo y compró un burro a un viejo campesino por 500 dólares. El viejo acordó entregarle el animal al día siguiente, pero al día siguiente el campesino le dijo:
–Lo siento, pero tengo malas noticias: el burro murió.
–Bueno, dijo Lucho, entonces devuélvame mi dinero. El vendedor replicó:
–No puedo, ya me lo gasté.
Lucho le dijo:
–Bien, da igual, entrégueme el burro.
–¿Y para qué? preguntó el anciano, ¿qué vas a hacer con él?
–Lo voy a rifar –contestó.
–¿Estás loco? ¿Cómo vas a rifar un burro muerto?
–No les voy a decir que está muerto.
Un mes después de este suceso, el campesino se encontró nuevamente a Lucho y le preguntó:
–¿Qué pasó con el burro?
Lucho respondió:
–Lo rifé, vendí 500 números a 20 dólares cada uno y gané 1000 dólares.
–¿Y nadie se quejó? Preguntó el viejo.
–Solo el ganador, pero a él le devolví sus 20 dólares.
Con el tiempo Lucho se hizo político hasta llegar a diputado, luego senador, después ministro y luego volvió a ser senador y luego diputado y, de la misma forma, usó el dinero de todos. Y ese dinero fue a sus bolsillos. Y todos sabemos de qué forma. Una persona que durante su vida no trabajó nunca ni hizo nada productivo, ahora es millonaria porque encontró muchos “burros muertos” en su camino, y los fue rifando a mucha gente ingenua.
Lo mejor de esta historia es que, según él y los que son como él, siguen encontrando más burros muertos.
Ya lo dijo George Orwell: “Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores no es víctima, es cómplice”.
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