Antoni Gaudí fue un gran arquitecto, pero como persona no valía un mojón. Y es que el máximo representante del modernismo catalán fue un impresentable, un clasista y un absoluto déspota “venerable”. Sí, en la escala humana era una mala persona.
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Antoni Gaudí |
Nació el 25 de junio de 1852, fue atropellado por un tranvía el 7 de junio de 1926, murió el día 10 y fue enterrado en una iglesia en obras, la Sagrada Familia, el 11 del mismo mes. Le atropellaron por ir por donde él quería y se quedó a las puertas de cumplir los 74. Los conductores le pitaban y se encaraba con ellos. En su atropello, vestido como un indigente, nadie lo atendió. Gaudí sentía bastante desprecio por la gente de inferior condición social y no aceptaba la más mínima réplica.
Para argumentar esa cara B desconocida del arquitecto catalán, me remito a su comportamiento, su difícil carácter. Y la mejor manera de conocerlo es a través de los testimonios de la familia almeriense que vivió bajo su estudio. Familia que le atendió y sirvió los últimos 20 años de su vida. Patrón que, según ellos, “casi siempre fue correcto”.
Su primera norma era la de no replicarle jamás, las cosas se hacían y punto. Un clásico de Gaudí es que a los obreros no se les pagaba para que pensaran. Además, no perdía ocasión en humillar al inferior. La hija mayor del portero, que era modista, quiso casarse de blanco, pero Antoni Gaudí lo prohibió porque pertenecían a una familia de trabajadores y el vestirse de blanco en los años 20 del siglo pasado “solo estaba reservado a las jóvenes de familias ricas”. Al catalán le excitaban las corvas de las mujeres (los huecos que hay detrás de las rodillas y los codos), le ponían nervioso, y obligaba a que las mujeres de la familia siempre llevaran las mangas bajadas.
A que desconocías la cara B de uno de los arquitectos mas famosos de la historia. No es oro todo lo que reluce, eh.
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