Había una vez un perro que vivía atado al lado de un árbol en un pequeño pórtico de un pueblo. Era bueno en ocultar sus emociones y, por eso, era querido por todos los aldeanos que amaban jugar con él. Pero cuando llegaba la noche, siempre lloraba tristemente. El perro deseaba juguetear libremente, pero no podía hacerlo porque estaba atado. Un día, su corazón le susurró: "¡Oye! ¿Por qué no te cortas la correa?". El perro le respondió con tristeza que no podía hacerlo porque había olvidado la forma. Estaba acostumbrado a estar atado que no sabía cómo ser libre.
Moraleja: la felicidad y la libertad se encuentran justo en la punta de nuestras narices, pero lo pasamos por alto porque estamos acostumbrados al status quo (el momento actual).
El que se cree libre no tiene ni idea de lo grande que es su prisión.
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