Dos leones huyeron del zoológico. En la huida cada uno partió con rumbo diferente. Uno fue hacia la selva y el otro hacia el centro de la ciudad. Los buscaron por todos lados y nadie los encontró. Después de un mes, y para sorpresa de todos, el león que había huido para la selva; regresó flaco, famélico y afiebrado. Fue reconducido a la jaula. Pasaron ocho meses y nadie se acordó del león que había ido para la ciudad hasta que un día el león fue recapturado y llevado al zoo. Estaba gordo, sano, desbordante de salud. Al ponerlos juntos, el león que huyó hacia la selva le pregunta a su colega:
–¿Cómo estuviste en la ciudad tanto tiempo y regresas tan bien de salud? Yo fui a la selva y tuve que regresar porque casi no encontraba qué comer.
El otro león le explicó:
–Me armé de coraje y fui a esconderme a la cámara de los diputados. Cada día me comía a un diputado y nadie advertía su ausencia.
–¿Y por qué regresaste? ¿Se acabaron los diputados?
–No, hombre, ¡qué chingaos! Nada de eso. Los diputados nunca se acaban. Sucede que cometí un error gravísimo. Ya me había comido a un coordinador de bancada, dos jefes de comisión, cinco diputados del verde, tres de convergencia, seis del PRI, tres del PAN, cuatro del PRD, diez asesores, doce secretarias, quince chóferes... y nadie los dio por desaparecidos. Pero un día... ¡Me comí al que servía el café! ¡Ahí sí que se chinó todo! ¿¡Y cómo no!? ¡Si era el único que servía para algo!
Texto de Carlos Alberto Velazco.
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