Un joven llamado Sira ingresó en un monasterio donde se practicaba un estricto silencio. Cada cinco años, los monjes despachaban con el abad pero solo podían pronunciar dos palabras.
Al finalizar el primer quinquenio, Sira fue llamado ante el anciano.
–¿Algo que decir? –preguntó el superior.
–Cama dura –respondió el muchacho.
Transcurrieron otros cinco años y se repitió la escena. El abad preguntó:
–¿Algo que decir?
–¡Comida pésima! –exclamó Sira.
Y al cabo de otro quinquenio:
–¿Algo que decir?
–Lavabo apesta.
Tras otro periodo de cinco años, y ya habían pasado veinte:
–¿Algo que decir?
–¡Me marcho! –respondió el monje.
–¡Menos mal! ¡Porque desde que estás aquí, no has hecho más que quejarte! –concluyó el sabio abad.
Cuento de Rafael Santandreu en "Ser feliz en Alaska".
Muy buena parábola, excelente mensaje, saludos...
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